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Eduardo
Moga |
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Barcelona,
1962 |
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Bibliografia
Llibres publicats
Poesia
Razón de ser. Salamanca: Cuadernos de
I.N.I.C.E., 1992
Ángel mortal. Barcelona: Ediciones del
Serbal, 1994
La luz oída. Madrid: Rialp, 1996
El barro en la mirada. Barcelona, 1998
Unánime fuego. Lisboa, 1998
El corazón, la nada. Madrid, 1999
Los versos satíricos. Barcelona:
Robinbook, 2001 |
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Selecció
de poemes
Tanto instante... (Ángel
mortal, 1994)
Tanto instante, tanta precisión en las
vacilaciones:
te arrodillas, otoñal, con el abandono de un
músculo de tierra;
me envuelves de labios volátiles, que pugnan por
ser alas inclinadas,
cuerpo de mar y de poblado;
y, después, sin abandonar la piedra de la que
nace tu vuelo,
te adormeces en la calma relativa de mis hombres,
com un eterno cuerpo yacente.
De la misma sustancia fatídica,
de este morir incesante -o vivir,
o despoblarse-,
tu cuerpo, mi cuerpo, el mar,
la lluvia olvidad.
Atrás han quedado los falos sonando como
esquilones,
por montera las navajas
y una furcia antigua que siega la hierba de sus
ojos,
mientras sus pechos cercenados humean silencio.
Hemos llegado al mar cuadrado, fósil, después
de atravesar paneles de tiempo dispuestos como
alambradas.
Bloques de piel sepultan los ladridos; y, en tu
boca, un bosque luminoso
habla como el viento y despliega quentias,
doncellas de saliva, lóbulos umbríos, mientras
las palmeras permanecen al pairo.
En el mar, por el mar, sin resuello,
más sedientos cuanto más bebemos.
Y tú, rigurosa, opcional, desnuda de hojas,
abandonada sin nombre -sólo firmeza de ser,
esencia opaca-, dándome fuego, liquidez,
junto al mar otra vez nombrado
y breve.
Qué dentro hay un sol... (La
luz oída, 1996)
Qué dentro hay un sol. Cómo grana en el ataúd
invisible del cuerpo. Cómo arraigadamente
brilla, con qué penumbra de asombrado meteoro,
con qué óptima quietud. Alamedas en vilo
esperan, junto al músculo, que se vacíe el
fuego
que impregna la noche. Es la tea, cerrada,
que regresa; es el rayo inverso que revela
con su voz seminal las posibilidades
del hielo. La ceniza se desangra. El cereal,
acercándose, busca gargantas donde hurtarse
a las ardientes lluvias, cimientos para el puente
que sólo han de pisar los vivos, los inermes,
los que han sanado. Toros que respiran como arcos
tensados: aún no. Acérrimos caballos
que optan por el seísmo: no. Agua que se
vertebra,
como un súbito cuello, o clavos que la hieren:
todavía no. Tierra sin sexo que ofrece
su vuelo, su lentísima energía, a los árboles
impacientes; penínsulas faltas de sol y
omóplatos,
donde vertiginosos peces, inacabados
todavía, ignoran el fluir de los sudarios.
Es demasiado pronto para el tiempo.
¿Estoy muerto?... (El barro
en la mirada, 1998)
¿Estoy muerto? Esta cólera vacía
que recorre los túmulos del cuerpo
¿es el florecimiento de las sombras
o lodo iluminado que profana,
como un frío corcel, la pubertad
de las siglas? Este oro mutilado
que se deslía irremisiblemente
hasta alcanzar la mácula del semen,
que perfora los nombres como a nubes
prohibidas ¿son mis ojos acercándose
al acero? ¿son légamo urgente
como el tiempo? ¿o acaso oscuridad
bilingüe, detenida en la serena
tormenta de los labios, impregnada
de danza y de paciencia? Realmente,
¿estoy vivo? ¿Por qué aquí, en el eclipse
de las manos, renacen las ventanas
como un tenue diluvio? ¿Por qué siento
los errores del mar taraceándome
como insectos sin amor? ¿Por qué,
pese a la juventud del viento, hay cisnes
vacíos en la orilla de mi túnica?
¿Por qué se recrudece el agua pétrea
que habita en lo invisible, si aún no
sé mi nombre, si aún no he bautizado
la materia?
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